Párrafos tomados del libro: “Un Libro de Texto de Teosofía”, de C. W.
Leadbeater
MUERTE y REENCARNACION
La muerte es la dejación del cuerpo físico;
pero no hay en ella más diferencia para el Ego, que para el hombre físico la
dejación de un gabán, porque una vez despojado de su cuerpo físico, el Ego
continúa viviendo en su cuerpo astral (o cuerpo de
deseos) hasta consumir la energía generada por las emociones y pasiones
en que consintió durante la vida terrena, pues entonces sobreviene la segunda
muerte y también se desintegra el cuerpo astral, de modo que el Ego continúa
viviendo en su cuerpo mental y en el mundo mental inferior. En esta condición
permanece hasta que se extinguen las energías mentales generadas durante sus
últimas vidas astral y física, cuando a su vez abandona el cuerpo mental y
vuelve a ser un Ego en su propio mundo, actuando en su cuerpo causal.
Por lo tanto, no es la muerte lo que de
ordinario se entiende por tal, sino una sucesión de etapas de vida continua,
que se pasan una tras otra en los tres mundos: físico, astral y mental. La
proporción del tiempo que el hombre pasa en cada uno de dichos mundos depende
de su grado de adelanto. El salvaje vive casi exclusivamente en el mundo físico
y al fin de cada vida terrena permanece sólo unos cuantos años en el mundo
astral. Según evoluciona, es más duradera su vida astral y cuando nace el
entendimiento y es capaz de pensar, pasa también algún tiempo en el mundo
mental. El hombre ordinario de los pueblos civilizados permanece más tiempo en
el mundo mental que en los físico y astral y cuanto más adelantado está el
hombre en su evolución más larga es su vida en el mundo mental y más corta en
el astral.
La vida astral es el resultado de todos los
sentimientos que entrañan el elemento egoísta. Si han sido concretamente
egoístas, colocan al hombre en muy desagradables condiciones en el mundo
astral. Si aunque teñidos de egoísmo han sido buenos y amables, les
proporcionan una relativamente placentera, pero todavía limitada, vida astral.
Si los pensamientos y emociones fueron del todo inegoístas, le conducirán a la
vida en el mundo mental, que por lo tanto no podrá menos de ser dichosa.
La vida
astral que el hombre hizo de por sí desdichada o relativamente gozosa,
corresponde a lo que los católicos llaman purgatorio.
La vida en el mundo mental inferior, que siempre es enteramente feliz, corresponde
a lo que se llama “cielo”. El hombre
determina por sí mismo su purgatorio o su cielo, que no son lugares, sino ‘estados
de conciencia’. El infierno no existe. Sólo es una ficción de la fantasía
teológica; pero quien insensatamente viva puede forjarse un muy desagradable y
duradero purgatorio. Ni el purgatorio ni el cielo son eternos, porque una causa
finita no puede producir infinitos resultados. Las variaciones de su duración
son tan amplias que inducirían a error cuantas cifras se fijasen. (…)
La vida del
Ego en su propio mundo (el mental superior),
tan gloriosa y completamente satisfactoria para el hombre evolucionado, no
tiene apenas importancia para el hombre ordinario, porque todavía no alcanzó el
grado de adelanto que requiere la actuación en el cuerpo causal. En este cuerpo se retrae el hombre, obediente a las
leyes de la naturaleza, pero entonces pierde la sensación de vida activa y su
incesante ansia por experimentarla una vez más lo encamina a otro descenso en
la materia.
Tal es el
plan de evolución señalado al hombre en la presente etapa. Ha de desenvolverse
descendiendo a materia más densa y después ascender llevando consigo el
resultado de las logradas experiencias. Por lo tanto, su verdadera vida abarca
millones de años y lo que las gentes acostumbran a llamar una vida humana no es
más que un día de tan dilatada existencia; y en realidad aún es menos que un
día, pues a una vida de setenta años en la tierra suele seguir un período
veinte veces más largo de permanencia en las superiores esferas.
Cada ser
humano tiene tras si una larga serie de vidas físicas y al hombre ordinario le
espera todavía una mucho más larga serie de ellas. Cada una de dichas vidas es
como un día pasado en la escuela. El Ego se recubre con su vestidura de carne y
va a la escuela del mundo físico para aprender ciertas lecciones. Las aprende,
deja de aprenderlas o medio las aprende según sea el caso, durante el día
escolar de la vida terrena. Después se despoja de la vestidura de carne y
retorna a su propio mundo, a su nativa patria en busca de refrigerio y
descanso. En la mañana de cada nueva vida reanuda la lección en el mismo punto
en que la dejó la noche antes. Puede aprender algunas lecciones en un día,
mientras que otras le cuestan muchos días de aprendizaje. Si es alumno aplicado
y aprende prontamente lo que necesita saber, si comprende bien las disciplinas
de la escuela y se toma el trabajo de ajustar a ellas su conducta, su vida
escolar será relativamente corta y al fin de ella entrará muy bien equipado en
la verdadera vida de los mundos superiores, para la que aquélla fue tan sólo
preparación.
Otros Egos
son alumnos torpes que tardan en aprender las lecciones y algunos no comprenden
las reglas de la escuela y las quebranta sin cesar su ignorancia. Otros son
díscolos y aunque conozcan las reglas no pueden armonizarse desde luego con
ellas. Todos éstos tienen más larga vida escolar y con sus acciones demoran la
entrada en la vida real de los mundos superiores. En esta escuela no puede
fracasar definitivamente ningún alumno. Todos han de asistir hasta aprender la
última lección. En cuanto a esto no les queda otro recurso, pero se les deja a
su arbitrio el tiempo necesario para prepararse al examen superior. El alumno
prudente echa de ver que la vida escolar no tiene valor intrínseco, sino que
tan sólo es una preparación a más alta y gloriosa vida, se esfuerza en
comprender tan por completo como le es posible las reglas de su escuela y a
ellas ajusta su conducta tan estrechamente como puede, de modo que aproveche el
tiempo en aprender cuantas lecciones necesite. Coopera inteligentemente con los
Instructores y emprende cuanta labor está a su alcance a fin de cumplir la
mayor edad y entrar en su reino como glorificado Ego.
La segunda ley capital de la evolución es la de causa y
efecto. No hay efecto sin causa y toda causa ha de
producir su efecto. Por lo tanto, estos dos elementos se unifican, porque al
poner uno en acción se pone necesariamente el otro. En la naturaleza no hay lo
que suelen llamarse premios y castigos, sino causas y efectos. Tal como se ven
en mecánica y química los ve el clarividente en los problemas relativos a la
evolución. La misma ley rige en todos los mundos. En todos es el ángulo de
reflexión igual al ángulo de incidencia. En una ley mecánica que la acción y la
reacción son contrarias e iguales. En la sutilísima materia de los mundos
superiores no siempre es instantánea la reacción. A veces se dilata durante
larguísimos periodos de tiempo, pero sobreviene exacta e inevitablemente. Tan
certera en su actuación como las leyes mecánicas del mundo físico es la
superior ley según la cual el hombre que emite un buen pensamiento o ejecuta
una buena acción recibe bien en cambio y que quien emite un mal pensamiento o
ejecuta una mala acción recibe exactamente el mismo mal, pero no como premio o
castigo otorgado o infligido por una voluntad externa, sino tan sólo como
lógicos y automáticos resultados de su propia actividad. El hombre aprecia los
resultados de las leyes mecánicas del mundo físico, porque la reacción sigue
casi inmediatamente y visiblemente a la acción. Pero no advierte la reacción en
los mundos superiores porque tarda en sobrevenir y a veces no sobreviene en
esta vida sino en la futura. La acción de la ley de causa y efecto soluciona
muchos problemas de la vida ordinaria y explica el porqué de los diversos
destinos de los hombres y de las diferencias que se advierten entre ellos. Si
uno es muy inteligente para ciertas cuestiones y otro muy torpe es porque el
primero se esforzó en una vida anterior en el estudio de aquella especialidad,
mientras que el torpe la estudia por vez primera.
El genio y
el niño prodigio no reciben sus dotes por capricho de Dios sino que son el
resultado de varias vidas de estudiosa aplicación. Las diversas circunstancias
que nos rodean y las cualidades que poseemos son consecuencias de nuestras
pasadas acciones. Somos lo que nosotros mismos nos hemos hecho y nos sucede lo
que merecemos por lo tanto los efectos se ajustan a las causas. Aunque esta ley
natural obra automáticamente, hay un orden de ángeles o devas encargados de
administrarla, quienes si bien no pueden alterar ni en un ápice el resultado
de un pensamiento o de una acción, está en sus atribuciones apresurar o diferir
su efectividad y determinar la manera de realizarlo. Si así no fuese
tendríamos que en las primeras etapas de su evolución podría el hombre cometer
tan graves errores que no tuviera fuerzas bastantes para sufrir de una vez las
consecuencias, El plan de Dios es conceder al hombre cierto grado de libre
albedrío y si hace buen uso de él se le aumentará progresivamente la facultad
de opción; pero si de él abusa, habrá de sufrir las consecuencias de sus malas
acciones y se verá restringido por ellas. Según aprende el hombre a usar bien
de su libre albedrío, se le concede en mayor grado, de modo que puede adquirir
ilimitado poder para el bien, mientras que se le restringe su poder para el
mal. Le es posible progresar cuanto quiera, pero no se le permite permanecer
siempre en la ignorancia. Natural es que en las primeras etapas de la vida
salvaje, el mal prevalezca contra el bien y si los resultados de sus malas
acciones cayeran entonces de golpe sobre el hombre estrujarían las aun débiles
e incipientes facultades. Además, son de muy diversa índole los resultados de
las acciones humanas, pues mientras el de algunas es inmediato, el de otras
necesita mucho tiempo para su efectividad y así sucede que según adelanta el
hombre tiene suspendida sobre él una nube preñada de resultados buenos o malos
en espera de realización. Podemos comparar este conjunto de expectantes efectos
como una deuda contraída con la
Naturaleza que se va cancelando por partes ora alicuantas,
ora alícuotas, señaladas a cada uno de los sucesivos nacimientos. La parte
asignada es el destino del hombre en cada vida. Todo esto significa que le
corresponde cierta cantidad de penas y otra de alegrías, de sufrimientos y
goces, que inevitablemente ha de experimentar; pero queda a su completo y libre
albedrío la manera de arrostrar y hacer uso de su destino, equivalente a una
cantidad de energía que forzosamente se ha de actualizar, aun que cabe la
posibilidad de modificar su acción oponiéndole otra energía contraria como
sucede en los sistemas de fuerzas mecánicas.
El resultado
de las malas acciones pasadas es de la misma índole que cualquiera otra deuda.
Puede pagarse de una vez en una tremenda catástrofe comparable a un cheque a
favor del Banco de la
Naturaleza , o también puede pagarse en la divisoria moneda
de menudos disgustos, contratiempos y sinsabores. Pero lo cierto es que de un
modo u otro ha de saldarse. Por lo tanto, las condiciones de nuestra vida presente
son en absoluto el resultado de nuestras acciones en las pasadas, de lo que se
infiere lógicamente que nuestras acciones en la vida actual determinarán las
condiciones de las vidas venideras. El que se encuentra limitado en sus
facultades o en adversas circunstancias no siempre es capaz de mejorar su
condición en la vida actual, pero sí puede asegurarse en la futura la
condición que escoja. Las acciones del hombre no se contraen a él mismo sino
que repercuten en quienes le rodean. A veces la repercusión es insignificante,
pero otras veces puede ser importantísima. Los resultados de poca monta serán
pequeñas partidas en nuestra cuenta con la Natu raleza; pero las consecuencias graves serán
cuenta de mayor cuantía que se habrá de saldar directamente con el individuo en
quien haya repercutido nuestra buena o mala acción. Quien dé de comer a un
mendigo hambriento o le prodigue consuelo recibirá el resultado de su buena
obra como una participación en los colectivos beneficios de la Naturaleza ; pero quien
por efecto de una buena acción cambie en redondo el rumbo de la vida de
alguien, seguramente lo encontrará en una vida futura para que le devuelva el
beneficio. Quien moleste al prójimo habrá de sufrir proporcionalmente por ello
de algún modo y en alguna parte en tiempo futuro, aunque no vuelva a encontrar
jamás al molestado; pero quien ocasiona gravísimo perjuicio a otro, le estropea
la vida o le retarda la evolución, encontrará seguramente a su víctima en
alguna vida venidera para tener oportunidad de resarcir con su abnegado
servicio el daño que le ocasionó.
En resumen,
las deudas menudas se satisfacen del fondo común; las cuantiosas, se han de
pagar personalmente. Tales son los principales factores que determinan el
próximo nacimiento del hombre. Primero actúa la capital ley de evolución, cuya
tendencia es impeler al hombre hacia la situación que le ofrezca más favorables
ocasiones de educir las facultades que mayormente necesite.
Para el
cumplimiento del plan general de evolución, la humanidad está dividida en
grandes razas, llamadas razas raíces, que sucesivamente prevalecen y gobiernan
el mundo. Una de estas razas es la aria o indocaucásica a que hoy pertenecen
los más adelantados habitantes de la tierra. La precedió en el orden de evolución
la raza mongólica, llamada usualmente atlante en los libros teosóficos porque
floreció en un continente que estuvo donde hoy se agitan las aguas del
Atlántico. Antes de la mongólica prevaleció en el mundo la raza negra, de cuyos
descendientes todavía existen algunos, aunque mezclados con vástagos de las
razas posteriores. De cada raza raíz derivan varias ramas llamadas subrazas,
como por ejemplo la romana y la teutónica; y cada subraza se divide en diversos
vástagos, tales como los italianos y franceses derivados dé la subraza romana y
los ingleses y alemanes de la teutónica. Esta ordenación tiene por objeto
proporcionar al Ego la mayor variedad de circunstancias, condiciones y
ambientes. Cada raza está especialmente adecuada para que sus individuos
eduzcan y fortalezcan una u otra de las cualidades necesarias en el transcurso
de la evolución. Cada país ofrece un número casi infinito de condiciones de
riqueza y pobreza, un dilatado campo de posibilidades o total carencia de
ellas; facilidad o dificultad para el adelanto individual. Por entre toda esta
innumerable multitud de condiciones la ley de evolución impele al hombre a que
se coloque en las más convenientes a sus necesidades en la etapa de evolución
en que se halle. Sin embargo, la obra de la ley de evolución está condicionada
por la de causa y efecto, porque las acciones del hombre pueden haber sido
tales que no merezca encontrar las mejores ocasiones posibles de adelanto, es
decir, que en su pasado pudo haber puesto en actividad ciertas fuerzas cuyo
inevitable resultado sea la limitación que le impida aprovechar las ocasiones
favorables y haya de contraerse a posibilidades de segundo orden.
Así cabe
decir que si la ley de evolución obrara libremente por sí misma, colocaría
siempre al hombre en las más favorables ocasiones de adelanto; pero está
restringida y condicionada por las pasadas acciones del hombre. Importante
característica de dicha limitación y una de las que mayormente pueden resultar
en bien o en mal es la influencia que en un ego ejerzan aquellos con quienes en
el pasado contrajo concretas relaciones de amor o de odio, de beneficio o
perjuicio, es decir, todos aquellos egos a quienes ha de encontrar de nuevo a
causa de los lazos que con ellos anudó en pretéritos tiempos. Este enlace es un
factor que se ha de tener en cuenta antes de determinar en dónde y cómo ha de
renacer. La voluntad de Dios es la evolución del hombre.
Los
esfuerzos de la Naturaleza ,
manifestación de Dios, propenden a proporcionar los medios más a propósito para
dicha evolución, que sin embargo está condicionada por los merecimientos del
hombre y los lazos contraídos en el pasado. Cabe suponer que cuando el hombre
reencarna puede aprender en cualquiera de cien estados las lecciones
necesarias para la vida que ha de pasar. De la mitad o aún más de dichos
estados puede quedar excluido a consecuencia de sus pasadas acciones y entre
las posibilidades que le restan, la elección puede estar determinada por la
presencia en tal o cual familia o en tal o cual vecindario de otros Egos de
quienes ha de recibir algún servicio o a quienes ha de pagar una deuda de amor.
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